Cuando nos abrimos al viento y al mar, el viento nos penetra con su respiro y el mar se vierte dentro de nosotros hasta mutarse. Después el viento se convierte en los pensamientos de nuestro pensamiento, y el mar en la fuerza de nuestros actos.
Vivir como el bambú.
Con la mente en esa actitud… vacía y llena de cielo… un camino se revela.
La navegación procura sabiduría.
Cuando tomamos el mar avanzamos al mundo reconociendo y rindiendo homenaje al orden superior de las cosas. Somos como el sabio taoísta que tiene en equilibrio el don y la sumisión, utilizando aquello que es dado en vez de tomar aquello que no nos es dado.
¿Como podríamos alcanzar con este mundo, una armonía igual a aquella que une al navegador al viento y al mar?
Mutando en el respeto de un respiro que es más grande que nosotros.
Cuando se va acorde con el respiro más vasto, sentimos una profunda armonía.
En esta profunda armonía intuímos los modos y los ritmos del respiro más vasto, que se convierte en la posibilidad de formar parte de aquello, y de unirnos en manera equilibrada a nuestro cuerpo más vasto, que los taoistas llaman La Gran Madre.